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En este Blogg podrás encontrar palabras que he escrito.
Algunas tienen la pretensión de formar una poesía, otras son apenas una frase.
En ciertos casos estas palabras se han visto acompañadas de música y han formado una canción.
En cualquier caso son pedazos de mi vida.

jueves, 8 de marzo de 2012

El trámite

Marzo.
   Contrariamente a la que, se supone, debería ser la alegre certeza que acompaña a la mayoría de las personas acerca de que Marzo es un mes donde simplemente hay que incorporarse a la rutina nuevamente, este mes trae un angustioso sentimiento para mí.
   Será por mi ansiedad tantas veces engañosamente superada que me impide durante los dos meses precedentes creer, como todos los mortales, que el verano está hecho para no pensar en nada.
  Desde chico siempre tuve la sensación de que enero y febrero estaban destinados para algo más grande que para programar días de pileta y reposera. En realidad nunca entendí, qué se programa en días de vacaciones, ni por qué se supone que haya que suspender la vida, o lo que sea que uno hace, si está conforme con ello.
  Más bien pienso que si uno no está conforme con lo que hace, mejor usar el verano (estos dos meses de  universalmente aceptado ocio) para revertir la situación de estar disconforme con su vida.
  Entonces, la llegada de marzo, no implica mucho beneficio para mí.
  Para trasmitirlo mejor; tengo la triste sensación de un tipo que ya supiera todo lo que va a pasar, pero  de nada sirve que lo anticipe.
Deberé dejar que cada persona, cada ser, incluido mi ámbito familiar, vaya aterrizando lentamente; desperezándose, durante todo este mes, con la consabida excusa de estar adaptándose, volviendo al trabajo, al “trajín” de la vida “cotidiana”. 
  Peor aún, todas las actividades que tranquilamente yo mismo podría haber realizado en esos días en que mi trabajo merma, deberé realizarlas en este mes caótico. 
  De esa forma me veo envuelto en algo que me perturba sobremanera. Hacer algo que ya planeé hace uno o dos meses, en el momento en que sé positivamente será más engorroso.
  Con todo esto en mente, me dispuse a hacer el trámite.
  El trámite podría llamarse un trámite estándar, un trámite sin pena ni gloria.
  La oficina, primer piso por escalera, a la que ya visité una semana antes, para no encontrarme con sorpresas, debería definirse como una triste oficina pública de ciudad pequeña. 
  Paredes descascaradas, papeles pegados con indicaciones vencidas en todos lados, un murmullo permanente con los altibajos de alguna protesta por las demoras.

  En realidad la primer sorpresa la tengo cuando, al retirar un número con el que yo suponía sería atendido al día siguiente, me entero que a diferencia de lo dicho por la empleada una semana antes, los números son para ser atendidos en el mismo día y que debo volver hoy mismo, a las doce treinta, siendo las ocho de la mañana. 
  Agreguemos a esto que, por faltarme un trámite intermedio,  después de una hora y media de fila en la puerta antes de que abran, estuve a punto de no recibir el mencionado numero, que a esas alturas se ansía como un perro que ve a su amo llevarse comida a la boca enfrente de él. 
  Dada la mala explicación recibida en mi infortunada visita previa tuve que exponer a la que entrega los números por qué no hice el trámite intermedio, imprescindible para el actual, pero que además si tarda tan poco, cómo no lo voy a alcanzar a hacer entre las ocho y media de la mañana y las doce y media del mediodía que es cuando arbitrariamente consideraron que debo volver.
  Pasada esta prueba, hecho ese famoso paso intermedio en tiempo razonable, vuelvo a la oficina al mediodía.
  Ya no era la misma de temprano.
  Por empezar el calor, que en Marzo es igual de molesto que en los meses anteriores, cosa que afirma aun más mi teoría de para qué tomárselos.
  En segundo lugar, la gente, al mediodía el humor en una oficinucha pública es deplorable.
  La misma empleada que inventó la falacia de que los trámites se hacen un día después de tener el número, es la primera del circuito.

  De más está decir que odio soberanamente los circuitos tramiteriles. Esto es, esos circuitos que se crean cada vez que uno debe hacer estos sacrificios humanos del trámite.
  En esas carreras de obstáculos, obviamente nos vamos encontrando en diferentes instancias con gente que estaba uno delante o dos atrás de la fila nuestra y que por educación uno saluda con un buen día a las seis y media de la mañana cuando todo arranca.
  Pero después, cuando ya estamos en el medio del trámite, esa gente se vuelve a aparecer, como un recuerdo borroso y fantasmagórico de lo que fue esta mañana cuando todo recién empezaba y hasta dos perros jugando en esa vereda apenas iluminada, parecían aportar un toque de serenidad y placidez.
  Ahora es otra cosa, ya no existe esa intimidad de la mañana temprano, y sin embargo, este vecino de fila insiste en saludarme cada vez que el azar nos vuelve a poner más o menos en la misma posición de fila que más temprano. Para colmo, lógicamente, esta situación se repite cuatro o cinco veces en diferentes filas, para diferentes obstáculos que tiene el trámite.
  Foto, fotocopia, pago, revisación, estampillado y lo que quieran ponerle.
  Por lo tanto en cada instancia encuentro  a este vecino de fila, que conmigo no muestra el malhumor que todos tienen con todos, por una estúpida relación de parentesco que se habrá generado, digo yo, a las siete de la mañana, y saluda cada vez que cruzamos la mirada, y  pregunta cómo va todo, o si acá es para hacer la fotocopia o para pagar, a lo que corresponde que contestemos con igual interés aunque nos preguntemos para adentro, cómo, si éste estaba dos atrás mío, cómo llegó a estar adelante.
 
  Vuelvo a la primera empleada del circuito, la petisa que desagradablemente limpia el borde del mostrador, alto para ella, con la parte de su blusa que queda inmediatamente por debajo de sus tetas. 

  Todo a lo largo del largo mostrador, la petisa viaja como esas escaleras de biblioteca, colgada de sus tetas, preguntando para qué vinimos. 
  Y creo que lo pregunta cómo diciendo justamente eso, para qué vinimos, por qué no nos quedamos en casa, y la dejamos hablar tranquila con sus compañeras, de si la yerba que está en este estuche es la que tiene feo gusto o está húmeda o cualquier otra cosa, menos de nosotros.
  La gente de la oficina, sin embargo, está de buen humor.

  Aquí debo señalar otra contradicción: Cuando la gente de una oficina así, está de buen humor yo considero que es más potencialmente nociva y peligrosa que cuando está del humor habitual. 

  Es decir, ese pequeño espacio de poder que le otorga a la gente el estar del otro lado y poder disponer de el tiempo de uno, hace que abusando del mismo, hagan bromas, que deberán ser festejadas por todos los aspirantes al Trámite, en la creencia de que ese humor o clima agradable los favorecerá mínimamente en la realización de sus objetivos.
  
  Una manipulación aberrante, peor que el maltrato, al que uno ya está acostumbrado.
  Igual hasta acá yo me mantengo impasible, sorprendentemente para mí, estoy se podría decir, resignado.
  Me traje un libro, después de la indicación: ahora hay que esperar, me siento y abro el libro.
  Acá me encuentro ante un dilema, abstraerme de mi alrededor o conectarme con el medio.
  Abstraerme es lo más saludable, creo, pero conectarme puede traer buenas experiencias, observar, aprender. El problema es el riesgo que conlleva relacionarse con el medio. 
  Cualquier mirada débil de mi parte, puede ser objeto de un diálogo de parte de algún compañero de trámite.
  La excusa puede ser cualquier cosa, desde la hora, hasta el calor, o lo que más temo, una crítica al sistema. 
 Yo ya no critico más al sistema, para qué si todos parecemos aceptarlo. 
 Peor aún, estamos esperando que actúe, que nos coma. 

  Me limito a observar. 

  Lo más grave que me puede pasar es caer en la trampa de una mirada y, por no ser descortés, terminar asintiendo, que esto no puede ser, que nosotros les pagamos el sueldo, que están siempre igual, que atrás deben estar tomando mate, que…
 Así que decido leer, no me concentro, pero leo igual. 
 Por ahí dudo si me nombraron o me llamaron.

 Vuelvo a la petisa. 
 No, qué me van  a nombrar si van por los de las diez, (yo soy de las doce y media). A los cinco minutos me llaman. 

 Retomo el circuito. 

  Saludo al vecino de fila que llegó de hacer otra cosa.
   Una fotocopia parece.

   Será antes o después de lo mío? Me habré salteado el paso y no me dijeron nada?
   Estará para otra cosa éste?
  Se repite el circuito, así, hasta las dos de la tarde.
  Salgo.
  Llamo a casa; terminé, no, no fue tan largo, hice rápido, viste?
  Si, menos mal que lo hice una semana antes que se venza porque sino…
  Si, voy para casa, una lata de jardinera con atún? ... Bueno... dale, algo fresco, sí, mejor no cocinar con este calor. Beso.



                                                                                             Aníbal Acuaro







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