Marzo.
Contrariamente
a la que, se supone, debería ser la alegre certeza que acompaña a la mayoría de
las personas acerca de que Marzo es un mes donde simplemente hay que incorporarse
a la rutina nuevamente, este mes trae un angustioso sentimiento para mí.
Será por mi
ansiedad tantas veces engañosamente superada que me impide durante los dos meses
precedentes creer, como todos los mortales, que el verano está hecho para no
pensar en nada.
Desde chico
siempre tuve la sensación de que enero y febrero estaban destinados para algo
más grande que para programar días de pileta y reposera. En realidad nunca
entendí, qué se programa en días de vacaciones, ni por qué se supone que haya
que suspender la vida, o lo que sea que uno hace, si está conforme con ello.
Más bien
pienso que si uno no está conforme con lo que hace, mejor usar el verano (estos
dos meses de universalmente aceptado
ocio) para revertir la situación de estar disconforme con su vida.
Entonces, la
llegada de marzo, no implica mucho beneficio para mí.
Para
trasmitirlo mejor; tengo la triste sensación de un tipo que ya supiera todo lo
que va a pasar, pero de nada sirve que
lo anticipe.
Deberé dejar
que cada persona, cada ser, incluido mi ámbito familiar, vaya aterrizando
lentamente; desperezándose, durante todo este mes, con la consabida excusa de
estar adaptándose, volviendo al trabajo, al “trajín” de la vida “cotidiana”.
Peor aún,
todas las actividades que tranquilamente yo mismo podría haber realizado en
esos días en que mi trabajo merma, deberé realizarlas en este mes caótico.
De esa forma
me veo envuelto en algo que me perturba sobremanera. Hacer algo que ya planeé
hace uno o dos meses, en el momento en que sé positivamente será más engorroso.
Con todo
esto en mente, me dispuse a hacer el trámite.
El trámite
podría llamarse un trámite estándar, un trámite sin pena ni gloria.
La oficina,
primer piso por escalera, a la que ya visité una semana antes, para no
encontrarme con sorpresas, debería definirse como una triste oficina pública de
ciudad pequeña.
Paredes descascaradas, papeles pegados con indicaciones
vencidas en todos lados, un murmullo permanente con los altibajos de alguna
protesta por las demoras.
En realidad
la primer sorpresa la tengo cuando, al retirar un número con el que yo suponía
sería atendido al día siguiente, me entero que a diferencia de lo dicho por la
empleada una semana antes, los números son para ser atendidos en el mismo día y
que debo volver hoy mismo, a las doce treinta, siendo las ocho de la mañana.
Agreguemos a
esto que, por faltarme un trámite intermedio, después de una hora y media de fila en la
puerta antes de que abran, estuve a punto de no recibir el mencionado numero,
que a esas alturas se ansía como un perro que ve a su amo llevarse comida a la
boca enfrente de él.
Dada la mala
explicación recibida en mi infortunada visita previa tuve que exponer a la que
entrega los números por qué no hice el trámite intermedio, imprescindible para
el actual, pero que además si tarda tan poco, cómo no lo voy a alcanzar a hacer
entre las ocho y media de la mañana y las doce y media del mediodía que es
cuando arbitrariamente consideraron que debo volver.
Pasada esta
prueba, hecho ese famoso paso intermedio en tiempo razonable, vuelvo a la
oficina al mediodía.
Ya no era la
misma de temprano.
Por empezar
el calor, que en Marzo es igual de molesto que en los meses anteriores, cosa
que afirma aun más mi teoría de para qué tomárselos.
En segundo
lugar, la gente, al mediodía el humor en una oficinucha pública es deplorable.
La misma
empleada que inventó la falacia de que los trámites se hacen un día después de
tener el número, es la primera del circuito.
De más está decir que odio
soberanamente los circuitos tramiteriles. Esto es, esos circuitos que se crean
cada vez que uno debe hacer estos sacrificios humanos del trámite.
En esas
carreras de obstáculos, obviamente nos vamos encontrando en diferentes
instancias con gente que estaba uno delante o dos atrás de la fila nuestra y
que por educación uno saluda con un buen día a las seis y media de la mañana
cuando todo arranca.
Pero
después, cuando ya estamos en el medio del trámite, esa gente se vuelve a
aparecer, como un recuerdo borroso y fantasmagórico de lo que fue esta mañana
cuando todo recién empezaba y hasta dos perros jugando en esa vereda apenas
iluminada, parecían aportar un toque de serenidad y placidez.
Ahora es
otra cosa, ya no existe esa intimidad de la mañana temprano, y sin embargo, este
vecino de fila insiste en saludarme cada vez que el azar nos vuelve a poner más
o menos en la misma posición de fila que más temprano. Para colmo, lógicamente,
esta situación se repite cuatro o cinco veces en diferentes filas, para
diferentes obstáculos que tiene el trámite.
Foto,
fotocopia, pago, revisación, estampillado y lo que quieran ponerle.
Por lo tanto
en cada instancia encuentro a este
vecino de fila, que conmigo no muestra el malhumor que todos tienen con todos,
por una estúpida relación de parentesco que se habrá generado, digo yo, a las
siete de la mañana, y saluda cada vez que cruzamos la mirada, y pregunta cómo va todo, o si acá es para hacer
la fotocopia o para pagar, a lo que corresponde que contestemos con igual
interés aunque nos preguntemos para adentro, cómo, si éste estaba dos atrás
mío, cómo llegó a estar adelante.
Vuelvo a la
primera empleada del circuito, la petisa que desagradablemente limpia el borde
del mostrador, alto para ella, con la parte de su blusa que queda
inmediatamente por debajo de sus tetas.
Todo a lo largo del largo mostrador, la
petisa viaja como esas escaleras de biblioteca, colgada de sus tetas, preguntando
para qué vinimos.
Y creo que
lo pregunta cómo diciendo justamente eso, para qué vinimos, por qué no nos
quedamos en casa, y la dejamos hablar tranquila con sus compañeras, de si la
yerba que está en este estuche es la que tiene feo gusto o está húmeda o
cualquier otra cosa, menos de nosotros.
La gente de
la oficina, sin embargo, está de buen humor.
Aquí debo señalar otra
contradicción: Cuando la gente de una oficina así, está de buen humor yo considero
que es más potencialmente nociva y peligrosa que cuando está del humor
habitual.
Es decir, ese pequeño espacio de poder que le otorga a la gente el estar
del otro lado y poder disponer de el tiempo de uno, hace que abusando del
mismo, hagan bromas, que deberán ser festejadas por todos los aspirantes al
Trámite, en la creencia de que ese humor o clima agradable los favorecerá
mínimamente en la realización de sus objetivos.
Una
manipulación aberrante, peor que el maltrato, al que uno ya está acostumbrado.
Igual hasta
acá yo me mantengo impasible, sorprendentemente para mí, estoy se podría decir,
resignado.
Me traje un
libro, después de la indicación: ahora hay que esperar, me siento y abro el
libro.
Acá me
encuentro ante un dilema, abstraerme de mi alrededor o conectarme con el medio.
Abstraerme
es lo más saludable, creo, pero conectarme puede traer buenas experiencias,
observar, aprender. El problema es el riesgo que conlleva relacionarse con el
medio.
Cualquier
mirada débil de mi parte, puede ser objeto de un diálogo de parte de algún
compañero de trámite.
La excusa
puede ser cualquier cosa, desde la hora, hasta el calor, o lo que más temo, una
crítica al sistema.
Yo ya no critico más al sistema, para qué si todos parecemos
aceptarlo.
Peor aún, estamos esperando
que actúe, que nos coma.
Me limito a observar.
Lo más grave que me puede pasar
es caer en la trampa de una mirada y, por no ser descortés, terminar
asintiendo, que esto no puede ser, que nosotros les pagamos el sueldo, que
están siempre igual, que atrás deben estar tomando mate, que…
Así que
decido leer, no me concentro, pero leo igual.
Por ahí dudo
si me nombraron o me llamaron.
Vuelvo a la petisa.
No, qué me van a nombrar si van por los de las diez, (yo soy
de las doce y media). A los cinco minutos me llaman.
Retomo el circuito.
Saludo
al vecino de fila que llegó de hacer otra cosa.
Una fotocopia parece.
Será
antes o después de lo mío? Me habré salteado el paso y no me dijeron nada?
Estará para otra cosa éste?
Se repite el
circuito, así, hasta las dos de la tarde.
Salgo.
Llamo a
casa; terminé, no, no fue tan largo, hice rápido, viste?
Si, menos
mal que lo hice una semana antes que se venza porque sino…
Si, voy para
casa, una lata de jardinera con atún? ... Bueno... dale, algo fresco, sí, mejor no
cocinar con este calor. Beso.
Aníbal
Acuaro